
Hay una tendencia irreversible en la cultura pop actual: todo lo que toca LEGO se convierte en… LEGO. No sólo en el sentido visual o estético, sino también narrativo, tonal, filosófico. Una especie de “Ice-nine” danzarín y multicolor que solidifica cualquier concepto narrativo en bloques reconocibles, graciosos, autorreferenciales y, sí, vendibles.
La última en caer es Inner Child, un proyecto escrito por James Morosini —sí, el mismo de I Love My Dad— que originalmente apuntaba a ser una historia más cruda, posiblemente incómoda, con esa sensibilidad millennial que mezcla trauma con comedia amarga. Pero desde que The Lego Group y Universal se subieron a bordo, el proyecto fue “lego-ficado”.

Nada de esto es particularmente malo desde el punto de vista industrial. LEGO se convirtió en un lenguaje en sí mismo, que resuelve dos problemas clave de la producción contemporánea:
1. La estética no realista que permite una libertad creativa (y merchandising) ilimitada.
2. El abaratamiento relativo de los costos frente a live-action o CGI hiperrealista.
En un panorama donde los estudios buscan IPs rentables, universos expandibles y humor que cruce generaciones, el sello LEGO parece una apuesta segura. El problema aparece cuando ese “lenguaje LEGO” empieza a reemplazar la voz original de las obras.
Inner Child parecía, por su premisa y por el historial de Morosini, un relato introspectivo, incómodo, probablemente incómodo de contar desde la ironía plástica de LEGO. Pero al parecer, ya no habrá posibilidad de explorar ese tono: lo edgy se suaviza, lo crudo se vuelve caricatura, lo íntimo se vuelve interbloqueable.
Esto no es necesariamente una crítica a LEGO como estética —que ya demostró su potencial narrativo en The Lego Movie y Batman LEGO— sino una observación de cómo esa misma estética, aplicada sistemáticamente, tiende a homogeneizar todo lo que toca. Lo que era una historia sobre la fractura emocional de un hombre que lidia con su yo del pasado, ahora se convierte, probablemente, en una aventura “divertida para toda la familia”.
Entonces, ¿cuándo la ironía se vuelve anestesia? ¿Cuándo el bloque deja de ser herramienta y pasa a ser un molde? Si todo en una productora se convierte en LEGO, tal vez estemos dejando de construir para empezar a repetir.
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